Mora con la Copa Libertadores |
De la casi nada al todo. Administrar los recursos que fueron negativos, desde los de allá en el tiempo hasta los más recientes, para transformarlos en virtud. Todo empieza en la cabeza, y qué mejor si esa cabeza goza de una excelsa inteligencia.
Entender los momentos. Comprender que la segunda fase se pasaba a los tumbos o nada, más allá de depender de otra historia que ocurría a miles de kilómetros del Monumental. Que los tiempos de corregir y enderezar la nave enérgicamente iban a ser otros, que había que llegar hasta ahí, con el último aliento si fuera preciso. Y eso terminó sucediendo.
Llegar como el último de todos a la serie más esperada. Rememorar una historia que seis meses atrás le había sido favorable. Pero esta vez eran contextos distintos. Más de una vez aquí hemos afirmado que el fútbol es un deporte de momentos, y lo ratificamos. Aunque los momentos luchan contra los entendimientos, y River brindó la lucha futbolística que había que dejar plasmada para desbarrancar a un Boca en alza. Las locuras de desbarrancar incluso aquello que concierne a lo exterior a los límites del terreno de juego, con consecuencias detestables. El beneficio fue tener a alguien manejando la situación como en sus mejores épocas de futbolista, con una capacidad de mando admirable.
Luego Cruzeiro. Sacarse la rabia contenida de aquello sucedido en la Bombonera, pero a la vez eso jugando con un efecto boomerang. Ir a Belo Horizonte a dejar lo sucedido de lado y refocalizar a sus dirigidos nuevamente de cara al final del camino. Nunca mejor resuelto el problema por la velocidad en la que no solamente se revierte la serie, sino en la que se despedaza la cabeza de Cruzeiro en mil partes.
Un mes y medio de descanso. Jugadores que se fueron, algunos muy valiosos. Otros que llegaron, algunos con la etiqueta de ídolos, para aportar de cara a la gloria. Saber ubicar a cada uno en su rol era la tarea, y hacer saber de la importancia del colectivo que impregna de real valor a cada integrante. En el Monumental, históricos ya como Mercado y Mora llevando la historia contra Guaraní a Paraguay a favor, y allá la aparición de un mil pulmones como Alario para resolver tras delicia de Viudez el pase a la final, más allá de alguna inquietud vivida.
Finalmente Tigres. Ese que dictaminó en parte la historia a favor de River en parte para llegar hasta al fin del recorrido en busca de aquello que hacía 19 años le era esquivo a la entidad de Nuñez. Nada que resolver en México, el partido era un manojo de nervios dentro de una mitad de cancha irresoluta para ambos lados. La clave era arrojar claridad para no repetir la experiencia. Y el mensaje llegó claro como la parte blanca de la camiseta. La zona explotada bajo el modo Vangioni-Bertolo era inmanejable para Damm y Jiménez. La velocidad y desequilibrio eran más para un alemán que no retrocedía con la marca y para un defensor que se le tornaba difícil controlarlos. Así apareció nuevamente Vangioni, que hizo todo lo bien que en México no, para arriesgarse al desequilibrio para luego tirar ese centro/pase brillante para que nuevamente el todo terreno Alario encienda ese grito de euforia a quienes estaban en cancha y a medio país. El primer tiempo se moría, y Tigres lamentó no haber podido neutralizar la zona. Y eso le pegó en el complemento, porque más allá de pararse más adelante en el campo le resultó imposible, como a tantos otros rivales, resquebrajar a un River que si hay algo en lo que se destaca es en su solidaridad. Cualidades que se ven, se perciben, y se nota que fueron bien aprehendidas. Para muestra basta un botón, si no, ver cómo el capitán, relegado por cuestiones de rendimiento pero con la posibilidad de irse dejando la imagen de ganador, no fue en busca de la foto personal. Dejó que Sánchez termine lo que el mismo uruguayo había comenzado. 2 a 0, el alivio y la felicidad aún mayor. Por último, apostar a la contra con el ingreso de un ligero como Driussi, y por añadidura pelotas paradas para su aprovechamiento. Allí va Pisculichi, que del ostracismo por su merma en el nivel para contribuir a la causa. Hay magia que no se pierde, y ese corner a la cabeza de Funes Mori lo demuestra. 3 a 0. Eran cuestión de que el árbitro terminara a los 90 minutos lo que ya era sentencia, y felicidad suprema para aquel que tiene motivos suficientes para tenerla.
El que pone la cara, el que se para adelante de todos y se hace cargo y responsable. El que no sólo encabeza a un cuerpo técnico que planifica una estrategia de cara a cualquier partido y que en el mismo se encarga de impartir las órdenes desde el banco. No, no se trata sólo de eso, sino que además te convence que es la mejor decisión. Hasta incluso cuando ésta pueda incluir dejar afuera al ídolo que todos querían volver a ver. El manual de cómo ser un líder positivo, que en tan poco tiempo logro tanto, lleva la firma de Marcelo Gallardo.
por Matías Prado
Ex Clarín Deportes
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