lunes, 10 de diciembre de 2018

Dejaste de ser grande

Querido bostero,

Desde que jugamos con la pulpo en la calle armando arcos con abrigos y discutiendo si la pelota entró o no por ese palo imaginario, festejábamos los goles de la final del mundo. No la final del mundial. Para nosotros dos, esa final no define nada.

El sueño del pibe era meter un gol en el último minuto para definir la final más grande. Había un antecedente allá perdido pero era por un torneo para el que hay chances todos los años. Y no se sueña algo posible.

Cuando me fui a la B, te burlabas. No podías creer que había pasado. Yo tampoco. Pero tu festejo no era completo. Vos no lo habías causado y aunque faltaba algo, te conformaste con eso.


Eliminarte en la Sudamericana y en la Libertadores ganando ambas fue espectacular pero ahora era yo al que le faltaba algo. No te voy a mentir.

Se dio la Supercopa. Me tomé revancha de Suñé. Te había ganado lo que había soñado. Bueno, casi. Porque sabemos que vos y yo festejábamos los goles de la otra final, no esta que es local.

Vamos a decirlo claro, nuestro el sueño era ganarle al otro la Libertadores, lo máximo en lo que podíamos cruzarnos. Si hubiese habido una copa más importante, no estaría escribiendo.

Antes, para que juguemos la final, tenía que haber tres argentinos en semis porque sino nos cambiaban la llave para eliminarnos entre nosotros. Cuando esa regla fue historia, las chances crecieron un poquito, pero dale... 

En el sorteo de octavos, la final todavía era un sueño. Octavos y Cuartos hicieron crecer la expectativa. Pero cuando llegamos a semifinales vos y yo empezamos a dormir mal. Hasta lo charlamos, te acordás?

Después del primer partido, vos con una buena ventaja y yo con perdiendo de local, te vi un poquito más relajado. Confiabas que no pasaba y, vamos a decir la verdad, te daba un cierto alivio.

Pero el destino es caprichoso y entraste a la cancha en Brasil sabiendo que te esperaba en la final. Y ya está. A esta altura, no se puede arrugar. La final era una realidad.

Escuchamos a muchos diciendo que fue la final más larga del mundo por todas las postergaciones. No señores. Fue la final más larga del mundo porque la ansiedad estiraba cada una de las horas, minutos y segundos. Cuando sonaba el depertador a la mañana tachábamos mentalmente un día pero la ansiedad crecía aún más. Habíamos esperado toda la vida.

En el potrero, se festeja la derrota ajena pero eso no se compara con ser uno mismo quien derrota al otro. Ser quien provoca el estigma. Vos y yo sabíamos que lo más importante no era ganarla sino no perderla.

Esta final era tan imposible que ambos sabíamos que el que perdía, ya no iba a estar más a la altura del otro. No quiero cargarte porque no quiero imaginar lo que se debe sentir. Pero todos saben que hay algo que nunca vas a poder refutar.

Dejaste de ser grande.

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