17 años después, el día llegó. Aquella vez, por la Supercopa Sudamericana, San Pablo era la víctima. Esta vez Atlético Nacional, eliminado en la semifinal en aquella edición, fue la víctima en la final de este suceso. Jugando de todas las maneras en las que se puede jugar a este hermoso deporte, nunca renunciando a la mejor bandera que defiende esta institución: estar en la competición siempre. Antes con Ramón Díaz al mando, hoy con Marcelo Gallardo. River es el campeón, nada que discutir.
Los momentos se aprovechan. Y hasta tener la capacidad de los malos saber revertirlos. River es virtud por todo eso. No es que se jacta de lo que apenas consigue, siempre fue en busca de más. No es que se hunde en el pozo de los lamentos, tan sólo entró y salió como quien se tira de cabeza a la pileta y después bracea para ir por ese aire necesario. Mostrando en los tiempos de su fútbol esplendor cómo este deporte realmente pasa a ser un espectáculo deportivo deluxe. Y exhibiendo también cómo en la merma hay recursos extras que los lleva a cabo mejor que nadie. Complemento 100%.
River es honestidad. Siempre intentó la simpleza, nunca renunció a ella, aunque pueda en alguna ocasión haberle significado dolores de cabeza. Pero en tal caso, no creo que nadie apueste a la complejidad. No hay necesidad de hacerlo. Es el camino más largo y sinuoso, cuando siempre hay otro que te lleva a mejor puerto. Ese eligió la entidad de Nuñez. Potenciando todo lo que salía bien. Reconociendo sus falencias e intentando siempre corregirlas. El rival juega también, eso se escapa de las manos. Pero si hay algo que permitió esta copa fue ver cómo River mutó de un partido a otro mejorando aspectos de cada línea.
En 1997 fue la contundencia de Salas, poniendo en ventaja las dos veces que la Banda lo necesitó para vencer al ya mencionado conjunto brasileño. Esta vez, los delanteros no estuvieron en sintonía con el arco, déficit puntual que viene sucediendo producto del trajín de toda la competencia disputada. Aún así, River nunca abandonó la contundencia. Sólo cambió de intérpretes. Tener abajo a defensores tan presentes en el área de enfrente marca la diferencia. Una vez más Mercado con el cabezazo al piso de manual para abrir el camino. Y Pezzella en soledad poniendo un teledirigible en el ángulo para catapultarlo definitivamente a este equipo al tope de la cúspide, como aquella vez ante San Lorenzo para ser supercampeón en Argentina. Fueron cinco minutos de respiro y la segunda trompada. La del knock-out. Pisculichi y su pegada ahí donde se requiere, donde dolió y le dolerá siempre al contrario. Pisculichi es sinónimo de poesía pura si de centros-pases nos referimos. Ponzio no intentando ser más de lo que es, sino simplemente pisando fuerte en la cancha, gran cambio para pasar del ostracismo a la primera plana. Vangioni, Sánchez, Rojas, Teo y Mora jugando otro papel. Cooperar para que las virtudes aparecieran en sus distintas variables. Preguntar al 3 por el gol del 10 al eterno rival si no es un ejemplo de ésto. Y Barovero, siendo causante de que River tuviera más vidas ante la proximidad de lo peor. Cada pelota tapada por él, gritado como un gol.
El puntapié inicial para una era que dejará muchas huellas. River volvió a la senda de los triunfos de campeonatos en modo internacional. Pero no se queden sólo en lo concreto, en Cavenaghi, Barovero, Ponzio o quien fuera levantando una copa. La fusión de sus cualidades son lo que fueron empujándolo hacia arriba. Y ahí está.
jueves, 11 de diciembre de 2014
Victorias dentro de un campeon (River Plate 2 vs Atletico Nacional 0)
por Matías Prado
Ex Clarín Deportes
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada
(
Atom
)
No hay comentarios. :
Publicar un comentario